Cuando el IPad fue presentado al mundo APPLE nos recordó que una de las empresas más innovadoras en el universo de la tecnología funciona con las mecánicas más primitivas de la naturaleza. Así es, cautiva no por su tecnología, no por sus elementos cibernéticos ni por su funcionabilidad; coquetea con algo más simple y antiguo. Seduce por la vista y enamora por el tacto.
Pero detrás de los artículos más famosos de APPLE existe algo más que Steve Jobs. Y es la historia del artífice del fetichismo silencioso del imperio MAC. Hablamos del artista Jonathan Ibe.
Pocos de nosotros lo conocemos y sin embargo, Queremos pedazos de Jonathan Ibe. Queremos ser dueños de lo que crea, aunque ni siquiera sepamos quién es. Pedimos iPods, iPhones y iMACs, porque sentimos que, de alguna forma, van a mejorar nuestra existencia. Porque van a hacernos más elegantes. Más sofisticados. Queremos algo de Jonathan Ibe por razones que pudorosamente podríamos llamar culto a la ilusión, o peor aún, culto al fetichismo.
Y aún así, no sabemos nada de él. Ni su nombre ni su rostro. A veces, ni siquiera sabemos de su existencia. Jonathan Ibe, el vicepresidente de diseño industrial de APPLE, podría caminar junto a ti o junto a su jefe, Steve Jobs, y pocos sabrían si pedirle un autógrafo. El mito dice que es por su timidez, por eso da muy pocas entrevistas y le molesta tanto que hablen de su vida privada, de sus 70 horas de trabajo semanales y de su sueldo millonario que, se rumora, supera el millón y medio de dólares anuales.
Jonathan Ibe habla poco y, cuando lo hace, casi siempre es para repetir un libreto exitoso. Cuando llega a hablar sobre las genialidades del diseño de APPLE, que realmente son suyas, nunca desliza un "yo", pues mantiene la lealtad al "nosotros", a ese equipo de una docena de diseñadores que han venido desde varias partes del mundo a trabajar con él y a encerrarse en las oficinas de Cupertino, California. Ibe es considerado el heredero natural de Jobs y trabaja en APPLE hace 18 años. Pero nunca, nunca, un periodista ha podido entrar a su laboratorio, donde -reza el mito- imagina sus diseños para los productos comiendo pizza. Sabemos de Jonathan Ibe lo que él mismo deja entrever. . Le gusta la vida acética, tiene 42 años, es inglés y uno de sus pocos lujos permitidos es manejar un Aston Martin. Pero hay cosas, quizás detalles, que ni siquiera Jonathan puede esconder. Como las piezas que diseña. Después de todo, nadie puede pensar un producto -como el IPod, que ha vendido más de 150 millones de unidades- sin poner parte de sí en juego. Si Steve Jobs es dueño de la manzana mordida, Jonathan ibe es el propietario legítimo de ese trozo faltante.
Jonathan Ibe, incluso si lo quisiera, no es un ser invisible. Hagamos un poco de memoria e imaginemos esto: un computador no siempre fue un objeto de deseo. Hace un tiempo, no tanto, estos aparatos no se veían tan distintos a una caja de zapatos. Eran cajas grises y aparatosas, con muchos botones y un cableado trasero que resultaba, a lo menos, poco sexy. Imaginemos a Jonathan Ibe, aún en la Universidad de Northumbria , sentado frente a uno. Pensemos que el tipo que está ahí viene de un suburbio de clase media al este de Londres, llamado Chigford. Él se acercó al diseño por que le encantaba desarmar cosas. Jonathan Ibe, antes de ser el diseñador tímido que le pedía a Steve Jobs recibir sus premios, era un niñito inglés, hijo de un platero, al que retaban porque desarmaba cosas que después no podía volver a armar. Pero en ese ejercicio, si se quiere, Ibe fue puliendo una mirada que cruzaría toda su obra: todos los objetos podían desarmarse hasta llegar a una estructura mínima y funcional. Por eso es que Jonathan odiaba los computadores. Porque eran cajas complejas que no lo ayudaban en su diseño. Y eso lo deprimía un poco. Porque junto a ese fetichismo por los objetos fabricados, John también dibujaba. Pero esa habilidad la fue perdiendo. Sin otra posibilidad que un computador para diagramar algo, Ibe se sentó frente a un monitor, una CPU y teclados que se veían distintos. En el laboratorio de la universidad le dijeron que era un MAC. Afirma fue conmovido por el diseño y la navegación amigable pues se sintió, de alguna forma, conectado con ese objeto. Desde entonces, la historia y la narrativa de esa compañía le quedaron dando vueltas. No obstante aún le llevaría tiempo transformar el diseño de los computadores. En la universidad, Jonathan tuvo que pasar por clases de escultura, donde conoció la limpieza del blanco y que la forma y color de un objeto cambiaban la percepción que uno tenía de ellos. Tuvo que graduarse con ganas de diseñar autos, fundar su propia consultoría de diseño -Tangerine- y encontrar fascinación en el diseño de un lavamanos o un W.C. Y porsupuesto, no le gustaba eso.
De igual forma odiaba vender y publicitar sus productos. Eso, pensaba, sólo distraía su mente del diseño. Y éste, recordemos, es un tipo que buscaba un grado de pureza, unidad y redondez en las terminaciones de todo lo que unía su vida. Esa búsqueda, incluso, llegó hasta su rostro. Ibe usa el pelo milimétricamente corto y se deja crecer una barba que agrega textura y contorno a esa cara que tan poco vemos. Por eso, le dolía tener que subirse a un auto y manejar para intentar vender algo a administrativos aburridos.
En esos tiempos John sacaba aplausos de sus colegas con ideas como un teléfono en forma de signo de interrogación o un juego de audífonos y micrófono para mejorar la interacción entre profesores y alumnos con problemas de audición.
Pero en Tangerine Jonathan se veía obligado a vender. Aunque en esta historia, al menos, un diseñador salvó a otro diseñador. IMan Robert Brunner tiene un video en YouTube donde resume su propio legado. Él fue el jefe de diseño de APPLE hasta 1997. En ese video, de hace tres años, dice estar seguro de su epitafio y afirma: en mi lápida sólo debería leerse una cosa: "Este fue el tipo que contrató a Jonathan Ibe".
Brunner había escuchado sobre el talento de Ibe y quería trabajar con él. Pero Jonathan siempre decía “no”. Sólo lo convencería la promesa de jamás tener que venderle nada a nadie de irse a California. Eso y un cheque con suficientes ceros llevaron tiempo después al inglés a cruzar el atlántico.
Jonathan llegó a APPLE en 1992. En esa época, la manzana se pudría. Perdía dólares y lloraba el retiro de Steve Jobs. A mediados de los noventa, antes de la masificación de Internet, IBM era la marca cool en el nada glamoroso mundo de los computadores.
Entonces regresó Steve Jobs y de los 60 productos de APPLE , sólo sobrevivieron cuatro. Ibe trabajaba mientras todo eso pasaba y escuchaba cómo se sucedía una larga lista de nombres de candidatos que venían a quitarle el puesto. Trabajar con Jobs, además, no era simple. Se han escrito muchas páginas con anécdotas sobre su tiránico estilo de liderazgo. Historias, como las escuchadas por Ibe, afirmando que el tipo alguna vez le había pedido a un diseñador un computador donde no se vieran los tornillos. Y peor aún, lo corrió cuando encontró uno, escondido en la base de la CPU. Pero Jobs olfateó talento. Vio que compartía líneas con Ibe pues ambos perseguían obsesivamente la limpieza y la sencillez de los objetos. Los dos compartían cierta aversión a la exposición pública y tenían claro una de las principales funciónesn del diseño como la forma de encontrar soluciones, facilitando el diálogo con el usuario y reduciendo todo a su mínima expresión.
La leyenda cuenta que todo sucedió en el huerto de la esposa de Jobs. Ahí, ibe recibió la sugerencia de Steve de repensar el IMAC. La ilusión de transformar el diseño se materializó y de inmediato Jonathan olfateó la oportunidad de convertir en lo que él quisiese esas aburridas cajas grises
Ibe contestó un año más tarde, en 1998, con un computador colorido y frutal, bautizado como iMAC G3, el cual vendió dos millones de unidades en su primer año. El resto, todo lo que Ibe creó después, quedó en nuestros bolsillos y en nuestros escritorios. Ibe se inspiró en girasoles para sacar la segunda generación de iMACs y en una caja de cigarros para pensar el IPod. La música, después de todo, también era una adicción. El iPhone, que lanzó en 2007, había sido su último gran diseño. Hasta ahora. Porque todos hablaban del IPad. Todos querían saber cómo se vería y si Ibe podría hacerlo de nuevo. Porque de eso se trataba. Jonathan Ibe, casado, con dos hijos y a punto de cumplir 43 años, lo volvió a lograr; se hizo cargo de las expectativas y el fetichismo geek que había instalado. Nunca el minimalismo había sido tan perversamente cautivador.
cuando Steve Jobs lo mostró, dijo que el IPad era como sujetar internet con las manos y la gente gritó en su subconsciente, queremos más de Jonathan Ibe, Jonathan ibe… y Jonathan ibe escondido en alguna parte, entendió que esto no iba a detenerse. Que toda esa gente que gritaba no iba a vivir tranquila, hasta que tuvieran otro pedazo de él… Y el artista nos volvió a regalar un trozo más de él, materializando el fetichismo para construir el nuevo iphone.
Hablamos no de la sombra de Steve Jobs, nos referimos al verdadero genio detrás de nuestra manía por adorar ídolos tecnológicos ¿Cuándo Jonathan nos mostrará de nuevo la manzana prohibida para morderna de nuevo?
Mientras tengo encendida mi Mac, escucho mi ipod y realizo una llamada por mi iphone me pregunto ¿cuál será el próximo tótem posmoderno de Jonathan Ibe?
Si Andy Warhol es el artífice del fetichismo maquinal; Jonathan Ibe es dueño del fetichismo silencioso.
Pero detrás de los artículos más famosos de APPLE existe algo más que Steve Jobs. Y es la historia del artífice del fetichismo silencioso del imperio MAC. Hablamos del artista Jonathan Ibe.
Pocos de nosotros lo conocemos y sin embargo, Queremos pedazos de Jonathan Ibe. Queremos ser dueños de lo que crea, aunque ni siquiera sepamos quién es. Pedimos iPods, iPhones y iMACs, porque sentimos que, de alguna forma, van a mejorar nuestra existencia. Porque van a hacernos más elegantes. Más sofisticados. Queremos algo de Jonathan Ibe por razones que pudorosamente podríamos llamar culto a la ilusión, o peor aún, culto al fetichismo.
Y aún así, no sabemos nada de él. Ni su nombre ni su rostro. A veces, ni siquiera sabemos de su existencia. Jonathan Ibe, el vicepresidente de diseño industrial de APPLE, podría caminar junto a ti o junto a su jefe, Steve Jobs, y pocos sabrían si pedirle un autógrafo. El mito dice que es por su timidez, por eso da muy pocas entrevistas y le molesta tanto que hablen de su vida privada, de sus 70 horas de trabajo semanales y de su sueldo millonario que, se rumora, supera el millón y medio de dólares anuales.
Jonathan Ibe habla poco y, cuando lo hace, casi siempre es para repetir un libreto exitoso. Cuando llega a hablar sobre las genialidades del diseño de APPLE, que realmente son suyas, nunca desliza un "yo", pues mantiene la lealtad al "nosotros", a ese equipo de una docena de diseñadores que han venido desde varias partes del mundo a trabajar con él y a encerrarse en las oficinas de Cupertino, California. Ibe es considerado el heredero natural de Jobs y trabaja en APPLE hace 18 años. Pero nunca, nunca, un periodista ha podido entrar a su laboratorio, donde -reza el mito- imagina sus diseños para los productos comiendo pizza. Sabemos de Jonathan Ibe lo que él mismo deja entrever. . Le gusta la vida acética, tiene 42 años, es inglés y uno de sus pocos lujos permitidos es manejar un Aston Martin. Pero hay cosas, quizás detalles, que ni siquiera Jonathan puede esconder. Como las piezas que diseña. Después de todo, nadie puede pensar un producto -como el IPod, que ha vendido más de 150 millones de unidades- sin poner parte de sí en juego. Si Steve Jobs es dueño de la manzana mordida, Jonathan ibe es el propietario legítimo de ese trozo faltante.
Jonathan Ibe, incluso si lo quisiera, no es un ser invisible. Hagamos un poco de memoria e imaginemos esto: un computador no siempre fue un objeto de deseo. Hace un tiempo, no tanto, estos aparatos no se veían tan distintos a una caja de zapatos. Eran cajas grises y aparatosas, con muchos botones y un cableado trasero que resultaba, a lo menos, poco sexy. Imaginemos a Jonathan Ibe, aún en la Universidad de Northumbria , sentado frente a uno. Pensemos que el tipo que está ahí viene de un suburbio de clase media al este de Londres, llamado Chigford. Él se acercó al diseño por que le encantaba desarmar cosas. Jonathan Ibe, antes de ser el diseñador tímido que le pedía a Steve Jobs recibir sus premios, era un niñito inglés, hijo de un platero, al que retaban porque desarmaba cosas que después no podía volver a armar. Pero en ese ejercicio, si se quiere, Ibe fue puliendo una mirada que cruzaría toda su obra: todos los objetos podían desarmarse hasta llegar a una estructura mínima y funcional. Por eso es que Jonathan odiaba los computadores. Porque eran cajas complejas que no lo ayudaban en su diseño. Y eso lo deprimía un poco. Porque junto a ese fetichismo por los objetos fabricados, John también dibujaba. Pero esa habilidad la fue perdiendo. Sin otra posibilidad que un computador para diagramar algo, Ibe se sentó frente a un monitor, una CPU y teclados que se veían distintos. En el laboratorio de la universidad le dijeron que era un MAC. Afirma fue conmovido por el diseño y la navegación amigable pues se sintió, de alguna forma, conectado con ese objeto. Desde entonces, la historia y la narrativa de esa compañía le quedaron dando vueltas. No obstante aún le llevaría tiempo transformar el diseño de los computadores. En la universidad, Jonathan tuvo que pasar por clases de escultura, donde conoció la limpieza del blanco y que la forma y color de un objeto cambiaban la percepción que uno tenía de ellos. Tuvo que graduarse con ganas de diseñar autos, fundar su propia consultoría de diseño -Tangerine- y encontrar fascinación en el diseño de un lavamanos o un W.C. Y porsupuesto, no le gustaba eso.
De igual forma odiaba vender y publicitar sus productos. Eso, pensaba, sólo distraía su mente del diseño. Y éste, recordemos, es un tipo que buscaba un grado de pureza, unidad y redondez en las terminaciones de todo lo que unía su vida. Esa búsqueda, incluso, llegó hasta su rostro. Ibe usa el pelo milimétricamente corto y se deja crecer una barba que agrega textura y contorno a esa cara que tan poco vemos. Por eso, le dolía tener que subirse a un auto y manejar para intentar vender algo a administrativos aburridos.
En esos tiempos John sacaba aplausos de sus colegas con ideas como un teléfono en forma de signo de interrogación o un juego de audífonos y micrófono para mejorar la interacción entre profesores y alumnos con problemas de audición.
Pero en Tangerine Jonathan se veía obligado a vender. Aunque en esta historia, al menos, un diseñador salvó a otro diseñador. IMan Robert Brunner tiene un video en YouTube donde resume su propio legado. Él fue el jefe de diseño de APPLE hasta 1997. En ese video, de hace tres años, dice estar seguro de su epitafio y afirma: en mi lápida sólo debería leerse una cosa: "Este fue el tipo que contrató a Jonathan Ibe".
Brunner había escuchado sobre el talento de Ibe y quería trabajar con él. Pero Jonathan siempre decía “no”. Sólo lo convencería la promesa de jamás tener que venderle nada a nadie de irse a California. Eso y un cheque con suficientes ceros llevaron tiempo después al inglés a cruzar el atlántico.
Jonathan llegó a APPLE en 1992. En esa época, la manzana se pudría. Perdía dólares y lloraba el retiro de Steve Jobs. A mediados de los noventa, antes de la masificación de Internet, IBM era la marca cool en el nada glamoroso mundo de los computadores.
Entonces regresó Steve Jobs y de los 60 productos de APPLE , sólo sobrevivieron cuatro. Ibe trabajaba mientras todo eso pasaba y escuchaba cómo se sucedía una larga lista de nombres de candidatos que venían a quitarle el puesto. Trabajar con Jobs, además, no era simple. Se han escrito muchas páginas con anécdotas sobre su tiránico estilo de liderazgo. Historias, como las escuchadas por Ibe, afirmando que el tipo alguna vez le había pedido a un diseñador un computador donde no se vieran los tornillos. Y peor aún, lo corrió cuando encontró uno, escondido en la base de la CPU. Pero Jobs olfateó talento. Vio que compartía líneas con Ibe pues ambos perseguían obsesivamente la limpieza y la sencillez de los objetos. Los dos compartían cierta aversión a la exposición pública y tenían claro una de las principales funciónesn del diseño como la forma de encontrar soluciones, facilitando el diálogo con el usuario y reduciendo todo a su mínima expresión.
La leyenda cuenta que todo sucedió en el huerto de la esposa de Jobs. Ahí, ibe recibió la sugerencia de Steve de repensar el IMAC. La ilusión de transformar el diseño se materializó y de inmediato Jonathan olfateó la oportunidad de convertir en lo que él quisiese esas aburridas cajas grises
Ibe contestó un año más tarde, en 1998, con un computador colorido y frutal, bautizado como iMAC G3, el cual vendió dos millones de unidades en su primer año. El resto, todo lo que Ibe creó después, quedó en nuestros bolsillos y en nuestros escritorios. Ibe se inspiró en girasoles para sacar la segunda generación de iMACs y en una caja de cigarros para pensar el IPod. La música, después de todo, también era una adicción. El iPhone, que lanzó en 2007, había sido su último gran diseño. Hasta ahora. Porque todos hablaban del IPad. Todos querían saber cómo se vería y si Ibe podría hacerlo de nuevo. Porque de eso se trataba. Jonathan Ibe, casado, con dos hijos y a punto de cumplir 43 años, lo volvió a lograr; se hizo cargo de las expectativas y el fetichismo geek que había instalado. Nunca el minimalismo había sido tan perversamente cautivador.
cuando Steve Jobs lo mostró, dijo que el IPad era como sujetar internet con las manos y la gente gritó en su subconsciente, queremos más de Jonathan Ibe, Jonathan ibe… y Jonathan ibe escondido en alguna parte, entendió que esto no iba a detenerse. Que toda esa gente que gritaba no iba a vivir tranquila, hasta que tuvieran otro pedazo de él… Y el artista nos volvió a regalar un trozo más de él, materializando el fetichismo para construir el nuevo iphone.
Hablamos no de la sombra de Steve Jobs, nos referimos al verdadero genio detrás de nuestra manía por adorar ídolos tecnológicos ¿Cuándo Jonathan nos mostrará de nuevo la manzana prohibida para morderna de nuevo?
Mientras tengo encendida mi Mac, escucho mi ipod y realizo una llamada por mi iphone me pregunto ¿cuál será el próximo tótem posmoderno de Jonathan Ibe?
Si Andy Warhol es el artífice del fetichismo maquinal; Jonathan Ibe es dueño del fetichismo silencioso.
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