20090827

CUENTO: Aurelio


―…a los más chicos se les dice corderos… ya los grandes son los borregos…
―Ah…

Yo estoy ahora mismo junto a Aurelio, a su derecha, viendo cómo harnea el frijol. El frijol se debe harnear con mucha calma, con gran cuidado, con una paciencia de veras tierna; el pan molido es para que brille y se vea más limpio, no hay que dejarle ni una sola piedra, ni una ramita, nada de polvo, y es que quien puede no se lleva el frijol sucio, a nadie le gusta escogerlo allá en su casa, bajo el silencio de la tarde, por eso nosotros tenemos que harnearlo. Aurelio se acaba de quedar callado después de contestarme lo último que le pregunté. Yo sigo sus movimientos veloces, sus brazos entre morenos y amarillos, sus manos nervudas, fuertes. También yo guardo silencio. A mis manos no les faltan venas, pero tienen menos que las suyas; yo no puedo harnear tan rápido como Aurelio ni tan bien, sus brazos están más correosos que los míos, limpian mejor el frijol y el alpiste, escogen la lenteja más rápidamente.

Hay una sonrisita en la cara de Aurelio, y es porque a él le gusta que yo le pregunte por las cosas de su pueblo. Él viene desde Puebla a trabajar hasta acá, a la Ciudad de México. Siempre me dice el nombre de su pueblo y siempre se me olvida. Sólo me acuerdo de que de allí se puede ver bien cerca el Pico de Orizaba. Aurelio, en su pueblo, antes de venirse, cuidaba borregos y horneaba pan. Los borregos eran de su familia; el pan de un panadero que era su patrón. Yo también sé más o menos cómo se hornea el pan, mi abuela tenía su propia panadería. Pero el pan que él hacía, de seguro, es más rico: el horno de allá, me ha dicho, es todo de piedra y se calienta con leña verde que hay que ir a cortar todos los días desde muy temprano, en lo alto del cerro. Acá no hay que cortar nada, el horno se calienta solo, basta con encenderlo y ya está. Por eso los brazos de Aurelio están todos llenos de cicatrices, de marcas que deja el machete, de quemaduras secas que deja el horno, porque el pan de allá sabe más rico.

Aurelio ya terminó de limpiar el bayo, seguro se va a seguir con el flor de mayo o con el vaquita. Ya casi acabamos. Son las siete de la noche. Hoy es domingo, nos toca paga. Ahora mismo yo descanso, a mí me tocó limpiar el frijol ayer. Conozco bien esta mirada de Aurelio, la pone cada que quiere que le pregunte otra cosa. Espera impaciente. Pero yo no le pregunto nada. Hace rato me estaba platicando de los borregos, de cómo los cuidaba. Dice que él ha matado algunos y que también les ha cortado el rabo a otros. Desde muy chico lo ponían a hacer esas cosas. Yo no le podría cortar la cola a un borrego recién nacido, y menos podría matar uno aunque ya estuviera grande; pero él sí puede, y hasta se los come si hace falta, no le importa nada que alguna vez lo anduvieran lamiendo. Yo no podría. Aunque en eso estoy de acuerdo con Aurelio, las cosas no están como para desperdiciarse, al menos nosotros no estamos como para desperdiciarlas. Platicamos poco, cada que los patrones se distraen porque no les gusta que platiquemos; lo que sí les gusta, lo que hasta los hace sonreír, lo que los pone contentos, es que trabajemos todo el día, calladitos, nada más recogiendo lo que se cae y despachando bien, ni un gramo más ni un gramo menos, “como debe que ser”. Hay que pesar bien las cosas. Y más si son de los patrones. Al fin y al cabo para eso nos pagan. Por algo son nuestros patrones.

Ahora mismo me están hablando a mí, me han de ir a mandar de seguro a hacer alguna cosa, ya descansé mucho. A Aurelio se le cambia la cara luego luego, como que se va a poner algo serio si no es que hasta enojado, quién sabe si porque ya me quitaron de junto a él o porque ya no le pregunté nada más aparte de lo de los borregos, quién sabe. La verdad es que esa cara es la misma que puso cuando me platicó que en su pueblo cerró la panadería y que en su casa se acabaron los borregos. A lo mejor y se va poner algo triste. Yo me pondría.

A veces me pregunto si acá en la ciudad hay alguien más a quien le guste escuchar a Aurelio. Si hay alguien más. Alguien que sí se acuerde del nombre de su pueblo.

20090824

GUIÓN: Diálogos para dos enamorados

Diálogo para dos enamorados I

Ext. Escuela - día

- Buscar sin esperar nada a cambio, o en su defecto, encontrar sin buscar demasiado.


Diálogo para dos enamorados II

Int. Habitación de Mauricio - Mediodía

- Pero yo no quiero lo que tu quieres.

- Tú debes querer lo que yo quiero, porque yo quise lo que tú quisiste.

- Bueno... ¿qué hago?

- Primero sácate la pelusa del ombligo.


Diálogo para dos enamorados III

Int. Fonda "Doña Lucía" - Tarde


- El silencioso que ejercita su vocación, ejercita el silencio...

- ¡Anda calláte! Mejor quítate las moronas del mogote.


Diálogo para dos enamorados IV

Int. Catina "El mojón ahumado" - Noche


- Mi memoria de ti, es como una botella lanzada al mar.

- Que tierno y eso cómo ha de ser...

- Pues nada hay que mantener el misterio.

- Pues yo veo posibilidades perdidas.









A kariina.

20090808

ENSAYO: Cultura y Globalización (II de II)

Hasta este punto hemos tratado las repercusiones culturales de la globalización como algo ajeno a nuestra vida, sin embargo, vale la pena hacer una reflexión en torno a cómo percibimos este fenómeno quienes ya somos parte de él.

Como ya se ha dicho, la globalización es producto de los procesos históricos que van de los siglos XVI al XIX, que se consolidó hasta la segunda mitad del siglo XX. Ahora bien ¿qué significa para nosotros, los nacidos en los 80’s, el alba del nuevo siglo? Ciertamente entendemos que nuestra ascendencia histórica es impresionante, pero en el fondo nos resulta ajena. Este cambio en la mentalidad, que es a la vez un cambio en la cultura ¿en qué medida se lo debemos al modelo económico actual?
Estamos muy lejos de la modernidad originaria, muy lejos de Hobbes, de la Ilustración de Montesquieu, de Voltaire y de Rousseau; no somos ya hijos de la Razón y tampoco creemos en el poder ilimitado del hombre sobre la naturaleza; mucho menos creemos en el papel del Estado ni el derecho constitucional; y desconocemos aquella idea de una sociedad siempre en continuo movimiento hacia el progreso.

Somos extraños a la tortuosa sucesión de poder entre Iglesia y Estado; ya que a nosotros nos tocó la pugna entre Estado y Mercado. Con todo, llegamos ya hacia los últimos capítulos aunque conocemos la crónica pormenorizada de esa transición. Nuestra crisis es la del capitalismo; una crisis social provocada por las profundas desigualdades que éste ha traído consigo; y por un enfrentamiento con la naturaleza.

En el curso de la segunda mitad del siglo –dice Lipovetsky-, la lógica del consumo de masas disuelve el universo de las homilías moralizadoras, ha erradicado los imperativos rigoristas y engendra una cultura en la que la felicidad predomina sobre el mandato moral, los placeres sobre la prohibición, la seducción sobre la obligación… Se ha edificado una nueva civilización, que ya no se dedica a vencer el deseo, sino a exacerbarlo y desculpabilizarlo.

Asimismo, somos la generación que se ha topado con la problemática de los límites. Fenómeno ya esbozado por Malthus, pero que hasta hoy cobra una dimensión real. Debido, entre otras cosas, a la superpoblación y al hecho fehaciente de que los recursos del planeta no son suficientes para satisfacer una demanda ilimitada por parte del modo de producción. Y aunque se ha señalado que una posible respuesta al problema, es la reducción en el consumo, lo cierto es que ello no basta, puesto que también existen limitaciones con respecto a la degradación y asimilación de los deshechos; se produce más rápido de lo que se puede reincorporar.

Entonces, de seguir con el mismo modelo –que seguramente así será- nuestro siglo XXI, será el que alcance en límite en el crecimiento. Aunado a ello, hemos constatado que la salida de emergencia llamada, Desarrollo sostenible, ha sido inhabilitada por una negligente ceguera ante los problemas. Ello significa que nuestro pensamiento ha sido moldeado para exprimir a la ya desacralizada naturaleza y transformarla para satisfacer nuestras casi infinitas necesidades subjetivas sin importar el costo que esto implique.

Inmersos en un nuevo paradigma, nuestras tradiciones han cambiado; ahora “emancipados” del control del Estado y entregados al Mercado divinizado, tenemos fe ciega en que el vertiginoso avance de las tecnologías terminará por extender esos límites.

Dicho sea de paso, este contexto es, en gran medida, el resultado de dos acontecimientos que tuvieron lugar hacia el final del siglo XX: por un lado las dos guerras y el proceso de posguerra; y por el otro, los fundamentos teóricos establecidos por la Escuela de Chicago.

Posteriormente, con el fin de la guerra fría y la conversión hacia un mundo unipolar; aparece el espejismo del “fin de la historia”; un mundo encaminado sólo hacia el progreso. Pero ¡oh decepción!, Adorno y Horkheimer vieron venir la “maldición del progreso constante”. En ese sentido, el fin del siglo XX es el punto de quiebre para configurar el cambio en la forma de pensar de la sociedad contemporánea, transformándonos de ciudadanos a consumidores.

Por ello, si hay que concluir sobre si este cambio en la tradición, y por ende en la identidad, tiene repercusiones significativas en la cultura, podríamos responder afirmativamente; una de ellas, es el conformismo pusilánime, causado por la derrota de la sociedad en su búsqueda de derechos sociales justos, en razón de la “libertad” de elegir de las “oportunidades” que ofrece –¿o impone?- el nuevo modelo económico.