20090808

ENSAYO: Cultura y Globalización (II de II)

Hasta este punto hemos tratado las repercusiones culturales de la globalización como algo ajeno a nuestra vida, sin embargo, vale la pena hacer una reflexión en torno a cómo percibimos este fenómeno quienes ya somos parte de él.

Como ya se ha dicho, la globalización es producto de los procesos históricos que van de los siglos XVI al XIX, que se consolidó hasta la segunda mitad del siglo XX. Ahora bien ¿qué significa para nosotros, los nacidos en los 80’s, el alba del nuevo siglo? Ciertamente entendemos que nuestra ascendencia histórica es impresionante, pero en el fondo nos resulta ajena. Este cambio en la mentalidad, que es a la vez un cambio en la cultura ¿en qué medida se lo debemos al modelo económico actual?
Estamos muy lejos de la modernidad originaria, muy lejos de Hobbes, de la Ilustración de Montesquieu, de Voltaire y de Rousseau; no somos ya hijos de la Razón y tampoco creemos en el poder ilimitado del hombre sobre la naturaleza; mucho menos creemos en el papel del Estado ni el derecho constitucional; y desconocemos aquella idea de una sociedad siempre en continuo movimiento hacia el progreso.

Somos extraños a la tortuosa sucesión de poder entre Iglesia y Estado; ya que a nosotros nos tocó la pugna entre Estado y Mercado. Con todo, llegamos ya hacia los últimos capítulos aunque conocemos la crónica pormenorizada de esa transición. Nuestra crisis es la del capitalismo; una crisis social provocada por las profundas desigualdades que éste ha traído consigo; y por un enfrentamiento con la naturaleza.

En el curso de la segunda mitad del siglo –dice Lipovetsky-, la lógica del consumo de masas disuelve el universo de las homilías moralizadoras, ha erradicado los imperativos rigoristas y engendra una cultura en la que la felicidad predomina sobre el mandato moral, los placeres sobre la prohibición, la seducción sobre la obligación… Se ha edificado una nueva civilización, que ya no se dedica a vencer el deseo, sino a exacerbarlo y desculpabilizarlo.

Asimismo, somos la generación que se ha topado con la problemática de los límites. Fenómeno ya esbozado por Malthus, pero que hasta hoy cobra una dimensión real. Debido, entre otras cosas, a la superpoblación y al hecho fehaciente de que los recursos del planeta no son suficientes para satisfacer una demanda ilimitada por parte del modo de producción. Y aunque se ha señalado que una posible respuesta al problema, es la reducción en el consumo, lo cierto es que ello no basta, puesto que también existen limitaciones con respecto a la degradación y asimilación de los deshechos; se produce más rápido de lo que se puede reincorporar.

Entonces, de seguir con el mismo modelo –que seguramente así será- nuestro siglo XXI, será el que alcance en límite en el crecimiento. Aunado a ello, hemos constatado que la salida de emergencia llamada, Desarrollo sostenible, ha sido inhabilitada por una negligente ceguera ante los problemas. Ello significa que nuestro pensamiento ha sido moldeado para exprimir a la ya desacralizada naturaleza y transformarla para satisfacer nuestras casi infinitas necesidades subjetivas sin importar el costo que esto implique.

Inmersos en un nuevo paradigma, nuestras tradiciones han cambiado; ahora “emancipados” del control del Estado y entregados al Mercado divinizado, tenemos fe ciega en que el vertiginoso avance de las tecnologías terminará por extender esos límites.

Dicho sea de paso, este contexto es, en gran medida, el resultado de dos acontecimientos que tuvieron lugar hacia el final del siglo XX: por un lado las dos guerras y el proceso de posguerra; y por el otro, los fundamentos teóricos establecidos por la Escuela de Chicago.

Posteriormente, con el fin de la guerra fría y la conversión hacia un mundo unipolar; aparece el espejismo del “fin de la historia”; un mundo encaminado sólo hacia el progreso. Pero ¡oh decepción!, Adorno y Horkheimer vieron venir la “maldición del progreso constante”. En ese sentido, el fin del siglo XX es el punto de quiebre para configurar el cambio en la forma de pensar de la sociedad contemporánea, transformándonos de ciudadanos a consumidores.

Por ello, si hay que concluir sobre si este cambio en la tradición, y por ende en la identidad, tiene repercusiones significativas en la cultura, podríamos responder afirmativamente; una de ellas, es el conformismo pusilánime, causado por la derrota de la sociedad en su búsqueda de derechos sociales justos, en razón de la “libertad” de elegir de las “oportunidades” que ofrece –¿o impone?- el nuevo modelo económico.

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